Es difícil olvidar cuando algo te toca profundo.
No importa lo malo que fue,
yo recuerdo lo bueno que hubo.
Las caricias, las miradas,
malditos juegos de palabras,
el tiempo en nuestra contra
y las hormonas por mil la hora,
trascendían el idioma,
las barreras,
las fronteras...
Así conduciera en contra,
a mí me gustaba su manera,
de noche,
siempre de noche,
piques en la carretera.
El verano caluroso que pasaba con la brisa,
un soplo en la nuca,
los botones de su camisa,
tratando de olvidar un pasado que perseguía,
tratando de dejarlo atrás,
donde debía,
pisado.
Desde que lo vi lo quise de mil maneras,
parados, echados, sentados,
como quisiera,
pero sólo en una noche,
y por una noche y nada más.
Maldito el tiempo que se atrevió a pasar,
lo bendigo por haber pasado pues quién sabe cómo esto habría acabado.
Tocados por naturaleza,
semejantes en imperfección,
su sonrisa y mi mirada...
El equilibrio que causaba
las palpitaciones del corazón,
y más.
Inestabilidad, qué belleza.
Y más de cien veces lo he recordado,
quizás unas cincuenta lo haya soñado,
reviven esas tres, cuatro (quién sabe)
horas de mil maneras,
en treinta lugares y dos nada más.
A veces, de noche, me pongo a pensar.
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