miércoles, 29 de agosto de 2012

Invernalia

Vagos recuerdos de una vida pasada,
una vida tan hermosa como mi letra en esta noche,
sorprende, embeleza.
¿Qué será? Así no la recordaba.

El trazo maduro,
la diferencia yo noto,
mi trazo en esta noche es seguro,
como hacía años no deslizaba estas hojas.

Suave y susurante,
mi trazo enamora,
pero no esta noche
y no a ti más.

Se despiden de nosotros por fin las risas
se apagan las llamas,
los abrazos
los roces y los besos.

Se alejan las miradas,
se desentienden.
parpadean los ojos
mientras se deleitan con el final.

No cae una lágrima que moje tus mejillas,
pesa el entendimiento de cosas ya sabidas,
cae el velo que cubría nuestros ojos y ataba nuestras manos,
libera nuestras lenguas, las anima a conversar.

Masoquistas somos,
por naturaleza,
siempre lo dije,
no hay marcha atrás.

Espero ser recordada por la última sonrisa,
esta mano se cansa por el peso de estas letras,
y lo merece,
claro que lo merece.

Las sábanas hoy más frías que nunca,
pero abrigan más que siempre este gélido cuerpo,
vagos recuerdos de una vida pasada en la que éramos protagonistas,
antagonistas, enamorados.

El mejor arquetipo de una vida feliz tuvimos,
como verano de Invernalia,
de tres años y algo más,
que irremediablemente llega al final.

Patria

Hoy dejo mi casa,
mi agua y mi alimento,
salgo de la cueva
mi lugar seguro.

Necesario, siempre necesario
para crecer,
borrón y cuenta nueva,
pero no se olvida.

Uno nunca olvida su hogar,
por más sitios tus pies pisen,
y más cuerpos tus manos recorran,
tu mente está siempre en tu patria,
tu patria seré siempre yo.

Te dije que tu sol estaba por ponerse,
y aquí me tienes ahora,
oscura como siempre,
decidida a anochecer.


martes, 28 de agosto de 2012

Sombras de esquina

De vacía mirada y de ojos acuosos,
perdida la niña con su muñeco de trapo,
caminaba por las oscuras calles
de aquel lugar tan conocido,
que en sueños visitaba de la mano de papá.

"Papá, ¿dónde estás?
papá, ¿ya no regresas?"

Papá la dejó sola y con ganas de llorar;
buscaba la niña
en cada esquina una sombra,
algún atisbo de cariño,
alguien a quién abrazar.

Bastantes candidatos,
buenos perros interesados
en acompañar su andar;
de nobles intenciones,
con pretensiosas sonrisas,
por noches efímeras
la niña los dejaba pasar.

Pero papá siempre en su mente,
papá siempre presente,
el único capaz de calmarle el alma,
ahogar sus penas,
descansar el peso que la niña llevaba atado a su espalda,
papá la conocía,
papá sabía lo que sufría.

Resignose la niña,
papá ya no estaba y no iba a regresar,
se fue flaco y arrugado,
débil, contaminado,
consumido,
deprimido, apesadumbrado,
y queda corto adjetivar,
proteger a su niña le costó la juventud,
la dignidad,
unos cuantos kilos menos
y bastantes lágrimas más.

La niña estaba muy triste,
extrañaba sus tardes felices,
la música estridente,
el movimiento permanente,
pero ella sabía que iba a acabar.
Pronto.

Dejó el muñeco en llamas en la acera,
cabello suelto a la cintura,
aquellas ondas peligrosas
con las que papá solía jugar,
media vuelta,
ni una mirada atrás,
creció la niña en un segundo,
ya no era una niña más.

Cogió su cartera,
sonrisa altanera,
ay, la niña,
le gustaba todo a su manera.

A buen entendedor,
pocas palabras,
Papá era el nombre del más fiel de sus perros,
el que más quiso en su momento,
el más difícil de reemplazar.