Cuando llega el otoño de la dignidad,
de las hojas que caen inexorablemente,
es ahí cuando tú me verás
levantándome de un aletargamiento inminente,
aquél que me mantuvo postrada,
en la cama
abrigada con la frasada de recuerdos agrios como única esperanza.
Tus ojos no pueden decirme cómo tu alma es,
porque en mi vida he conocido persona con tamaña ceguera;
ceguera de alma, perenne es.
Abrázame fuerte y comienza a tiritar
que pronto la frialdad del alma mía te llegará a quebrar.
No importa cómo,
no importa dónde,
tú nunca me podrás olvidar.
Masoquistas somos por naturaleza,
a encontrar placer en el dolor, a eso hemos venido,
para eso estoy aquí.
Dame tú tu amor, yo te daré apariencias,
te daré ilusiones que no querrás dejar,
te daré sonrisas,
tan deslumbrantes, reconfortantes,
que casi parecerán de verdad, lo juro.
Haré mi mejor esfuerzo.
Te llenaré de besos,
tan lascivos, incandescentes,
tan adictivos! Aquellos besos a los que nunca podrás renunciar.
Sucumbirás ante la pasión que desencadeno
en tu antaño párvulo,
ahora humeante y burbujeante, corazón.
Te meterás hasta el fondo,
sí, hasta el fondo, casi sin darte cuenta,
en ésta, la boca del lobo
que fue hecha a la medida tuya
y a la de todos.
Tu conciencia yacerá perdida para entonces,
sin voluntad alguna más que el amar,
tocar, reverenciar.
Desde el momento en que me viste ya estaba escrito el final,
soy siempre yo la que lleva las riendas en esta historia,
historia que ninguno ha vivido para contar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario